La conciencia moral es lo que le da sentido pleno a la personal. Por medio de ella se adquiere el verdadero sentido de la vida y se va delineando el desarrollo integral de la persona. En ese proceso se van descubriendo los sentimientos más nobles y se forman las actitudes para la toma de decisiones que ayuden a vivir más plenamente. Es la conciencia la que últimamente acepta la fe en Dios y en sus enseñanzas (Cfr. Veritatis Splendor, 54-56). El deterioro de la conciencia moral comienza cuando ésta deja de ser expresión del sentido pleno de la vida y sus juicios se desvían hacia lo que podemos llamar “la fuerza que se vuelve criterio para determinar las relaciones entre las personas y la sociedad”. De esa manera se traiciona el principio del estado de derecho y las ‘razones de la fuerza’ substituyen a la ‘fuerza de la razón’. Cuando la persona humana se olvida de Dios pierde el sentido del pecado y de culpabilidad. Comienzan entonces las falsas concepciones de lo que es el ser humano y el deterioro de la conciencia moral. Asimismo, el falso concepto de libertad, o el libertinaje, contribuye al eclipse del valor de la vida humana. La libertad se entiende como la capacidad de hacer lo que a cada cual se le antoje, movido por su propio interés, iniciando de esa manera, la nueva cultura de un individualismo o sectarismo egoísta. La ciencia y la técnica facilitan la concepción y la difusión de la idea del “superhombre” entendido como un ser de una enorme capacidad de acción en diversos niveles y que no debe rendir cuenta de sus actos a nadie. Los medios masivos de comunicación social difunden la ideología del hombre superficial liviano (“light”) cuya única referencia es su propio bienestar entendido como un consumismo desenfrenado o como un disfrute irresponsable de las frívolas ofertas de pasatiempo fácil, viviendo en un presente sin sentido. Los grupos de poder, a nivel mundial, no encuentran el freno de pensamientos y organizaciones fuertes que propugnen un compromiso social. Con el objetivo de mantener modelos egoístas y excluyentes en lo económico y cultural, estos grupos, utilizan las organizaciones internacionales, y luego locales, para concretar políticas tendientes a disminuir el número de pobres de manera compulsiva. Así también condicionan las ayudas a los países en desarrollo y el sostenimiento de las organizaciones locales, implementando campañas que conspiran contra la vida. De esa manera la democracia pierde sus fundamentos; el Estado deja de ser la “Casa común” y en nombre de la utilidad pública prevalece el interés de los más poderosos. La relatividad filosófica, el secularismo a ultranza y el neoliberalismo económico son manifestaciones claras del imperante deterioro de la conciencia moral. Ante estas realidades es necesario reconstruir la conciencia moral y ofrecer respuestas sobre el verdadero sentido de la vida humana.
La vida es una realidad sagrada y debe ser custodiada como un don de Dios desde la concepción hasta la muerte natural. Ese don refleja la imagen y semejanza de Dios porque Él comparte su vida con su criatura. No solamente lo hace superior en el orden biológico a todos los otros seres vivientes, sino que le otorga su espíritu con todas las facultades, como la razón, el discernimiento del bien y del mal, la libre voluntad y su gracia. A lo largo de la historia, la persona humana ha podido reconocer determinados valores objetivos como la vida, la familia, la justicia, la solidaridad, la existencia de Dios, común a todas las culturas. Por eso, la religión ha sido y es un factor fundamental para el desarrollo de la conciencia moral. El sentido religioso es la cualidad natural que pone al ser humano en una actitud de búsqueda de lo trascendente, de ese Alguien que le ayudará a satisfacer sus ansias de poseer la verdad, y el deseo de hacer el bien para encontrar la felicidad. Lo religioso ilumina la verdad sobre la persona humana y le otorga el significado profundo de su pensamiento, de su acción y de su experiencia de vida en profundidad. La expresión más cabal de la dignidad humana se manifiesta en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre. Él abre definitivamente el camino de la realización del hombre y la mujer que vencen el pecado y a la muerte. Por eso, cada instante de la vida humana tiene el sentido y el valor de la salvación. Desde esta perspectiva, el misterio profundo de la vida humana y de la tensión con la “cultura de la muerte” merece una actitud crítica. No se puede llamar al crimen del aborto como un derecho a la libertad. No se debe entender la sexualidad como algo meramente genital, orientada hacia el desahogo en el placer físico. La sexualidad no es una mercancía expuesta al consumo, desvinculada del amor, de la responsabilidad, y de la preocupación por la plena realización de las personas en sociedad. No se puede entender el matrimonio como un simple contrato que se deshace con los mismos expedientes que en un acuerdo comercial. La vocación al matrimonio expresa el sentido de la vida como un don que se comparte en pareja, de varón y mujer, para construir la familia como comunidad de amor, cimentada sobre la fidelidad y el respeto mutuos. Solamente la familia, en su concepción tradicional de hombre y mujer, abierta a la acogida de los hijos, es capaz de configurar el lugar de pertenencia donde el ser humano aprende a ser persona. Allí adquiere su identidad y forja su personalidad. Porque el amor de los padres y la convivencia familiar hacen posible la unidad, en el amor de sus miembros, y construye la cultura de la vida.
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