sábado, 31 de enero de 2009

La cruz de la calumnia

Pregunta: He sufrido la experiencia de la calumnia. Me ha dolido profundamente ser objeto de acusaciones falsas. Sé que los valores cristianos me obligan a perdonar e incluso a intentar salvar la intención de quienes han obrado así. Confío en que la ignorancia atenúe su responsabilidad y no quiero guardar rencor. Me gustaría que me ayudasen con unos consejos a llevar esta cruz.

Respuesta: Ciertamente, en medio del "calentón" del conflicto en el que hayamos padecido la calumnia y la maledicencia, es necesario que no nos quedemos en la injusticia padecida, y que lleguemos a descubrir la cruz de Cristo con la que hemos de abrazarnos. El situación concreta que has vivido tiene sus propias motivaciones, pero los planes de Dios van más allá. Dios quiere que conozcamos y nos identifiquemos más con Jesucristo, a través de la misma experiencia que él vivió.
Las calumnias estuvieron en el origen de la persecución y la pasión de Jesucristo. El estilo con el que Jesús afrontó las calumnias, debe de ser el nuestro. Intentemos imitar a Cristo:
A).- "Si he hablado mal, muéstrame en qué; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?" (Jn 18,23). Ésta es la respuesta que dirigió Jesús al guardia del Sumo Sacerdote después de que éste le abofetease.
Con frecuencia olvidamos ese pasaje evangélico. Sería incorrecto pensar que abrazar la cruz de la calumnia es sinónimo de una renuncia a la aclaración serena y la corrección fraterna. Jesús le hace ver al guardia que le ha pegado, en presencia del Sumo Sacerdote, que no es justa la forma en la que se ha procedido contra él. Sin embargo, lo hace sin acritud, con paz... Podemos pensar que el temple con el que Jesús contestó a esa bofetada interpeló profundamente a su agresor.
Y he aquí el "quid" de la cuestión: la serenidad de esa respuesta solamente se entiende si tenemos en cuenta que a Jesús le duele más la ofensa al Padre de ese pecado, que el dolor físico y la humillación que a él le inflige. Nuestras reacciones son con frecuencia desproporcionadas porque están sustentadas en nuestro amor propio herido.
Al corregir Jesús de esta forma a quien le agrede, le está dando una posibilidad de arrepentimiento y de cambio en su vida. Toda corrección que se precie de serlo, ha de desear ese arrepentimiento del corregido, cuidando de no reducirse a buscar el desquite de quien pretende dejar patente la injusticia cometida.
B).- Viendo Pablo que el Sanedrín que le estaba juzgando estaba dividido entre fariseos y saduceos, levantó la voz ante la asamblea para decir: "Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseos; por esperar la resurrección de los muertos se me juzga" (Hch 23, 6)
San Pablo añade aquí un segundo elemento a esa actitud trasparente de Jesús ante el Sumo Sacerdote, que hemos descrito en el punto anterior. Podríamos decir que Pablo actúa de una forma "sagaz" o "astuta". Fue Jesús el que nos aconsejó ser "sencillos como palomas y astutos como serpientes" (Mt 10, 16).
De igual forma que Pablo aprovecha la división existente entre sus perseguidores para librarse de una injusta condena; así también nosotros estamos llamados a caminar en medio de un mundo injusto, sirviéndonos en ocasiones de sus contradicciones interiores para salir victoriosos en la extensión del Reino de Dios.
Lógicamente esta "estrategia astuta" tiene sus límites. No sería nunca aceptable el que hiciésemos el mal para lograr el bien. Se trata por el contrario de caminar por en medio de la confusión, buscando sinceramente la verdad.
C).- "¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?" (Jn 19, 10) Palabras dirigidas por el gobernador Pilatos a Jesús ante su silencio.
Sin rechazar los dos puntos anteriores, el silencio de Jesús ante las acusaciones es su forma más genuina de abrazar la cruz. Una vez que la aclaración serena no ha tenido el efecto deseado, y que tampoco cabe el resquicio de una salida de astucia para evitar el enfrentamiento, ya sólo queda el silencio.
En esta situación, el silencio ante los hombres es el recurso de quien entiende que ya sólo cabe poner las cosas en presencia de Dios, y esperar todo de El. ¡Qué hable Dios cuando tenga que hablar! ¡El tendrá la última Palabra!
La cruz de quien abraza la calumnia en silencio, será con toda certeza sanadora de los propios pecados e impetratoria de la gracia de Dios para la conversión y el perdón del calumniador. No ya sólo eso, en esa cruz está cifrada la salvación del mundo: El Justo acusado injustamente calló ante sus acusadores; y fue el abrazo del Justo a esa injusticia de la que era objeto, el que nos constituyó en "justos" ante Dios.

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