No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Gálatas 6:7
Camina avergonzado, con las manos dentro del bolsillo de la casaca de jean, usada y maloliente. Los ojos, circundados por grotescas ojeras, y el cabello desordenado reflejan su espíritu abatido. Mientras se pierde, en medio de la multitud del centro de San Pablo, repite una y otra vez, como si quisiese castigarse con las palabras: “Lo mereciste; lo mereciste. Cosechaste lo que plantaste”. Acaba de salir de la prisión, donde estuvo detenido tres días, por portación de cocaína.
Tres días es poco; hay gente que pasa años, en la prisión, por un acto de locura. Hay, también, personas que pagan con su vida las consecuencias de su conducta torcida.
Duele. Puede doler. Duele terriblemente. Pero, la cosecha siempre es proporcional a la siembra: “Siembra vientos y cosecharás tempestades”, afirma el refrán popular. La Biblia advertía lo mismo, desde hace más de dos mil años.
Por inspiración divina, Pablo avisó a los cristianos de Galacia: “Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”. Eran tiempos difíciles; el cinismo espiritual parecía oscurecer la transparencia del cristianismo sencillo. Hombres jactanciosos escondían su orgullo espiritual tras la capa de cristianos sinceros. Y hacían mucho mal a la iglesia. Desanimaban a los nuevos conversos, y los atribulaban con una montaña de obligaciones innecesarias.
Pablo dijo a esas personas que, aunque en el presente nadie podía juzgar sus propósitos, Dios lo sabía todo y les otorgaría, a su debido tiempo, la cosecha natural de su terquedad espiritual.
Pero, el consejo del apóstol sirve, también, para la cotidianeidad del ser humano que busca la felicidad: la cosecha de tristezas y de dolores es el resultado de la siembra de los mismos hechos… con dividendos.
Pero, si plantas actos de amor, Dios permitirá que la vida te recompense en abundancia; porque la cosecha es proporcional a la siembra. Para bien o para mal. Siempre. No hay cómo escapar de esta realidad.
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