sábado, 31 de enero de 2009

Deja LA ENVIDIA

Cervantes llamó a la envidia carcoma de todas las virtudes y raíz de infinitos males. Se asombraba de cómo todos los vicios tienen un no sé qué deleite consigo, pero el de la envidia no trae sino disgustos, rencores y rabia.

La envidia no es la admiración que sentimos hacia algunas personas, ni la codicia por los bienes ajenos, ni el desear tener las dotes o cualidades de otro. Es otra cosa.

La envidia es entristecerse por el bien ajeno. Es quizá uno de los vicios más estériles y que más cuesta comprender y, al tiempo, también probablemente de los más extendidos, aunque nadie presuma de ello (de otros vicios sí que presumen muchos).

La envidia va destruyendo -como una carcoma- al envidioso.

No le deja ser feliz, no le deja disfrutar de casi nada, pensando en ese otro que quizá disfrute más. Y el pobre envidioso sufre mientras se ahoga en el entristecimiento más inútil y el más amargo; el provocado por la felicidad ajena.

El envidioso procura aquietar su dolor disminuyendo en su interior los éxitos de los demás. Cuando ve que otros son más alabados, piensa que la gloria que se tributa a los demás se la están robando a él e intenta compensarlo despreciando sus cualidades, desprestigiando a quienes sabe que triunfan y sobresalen. A veces por eso los pesimistas son propensos a la envidia.

Wilde decía que cualquiera es capaz de compadecer los sufrimientos de un amigo, pero que hace falta un alma verdaderamente noble para alegrarse con los éxitos de un amigo. La envidia nace de un corazón torcido, y para enderezarlo se precisa de una profunda cirugía, y hecha a tiempo: importa mucho comenzar pronto, en cuanto empieza a manifestarse en esas envidiejas tontas de hermanos o compañeros.

Hay que aprender a no perder la alegría cuando vean que los demás les aventajan en algo o en todo, a no entristecerse al comprobar que su compañero ha sacado mejor nota que él en un examen, o que juega mejor al fútbol o tiene más éxito con en lo que sea. A superar con elegancia esa reacción de envidia porque a su amigo le han comprado algo que él no tiene.

Hay que admirar a otras personas y querer ser como ellas -o mejores- no es malo, sino incluso positivo si se plantea bien. Pueden ser deseos de sana emulación que hay que fomentar. Precisamente, una de las mejores defensas contra la envidia está en despertar la capacidad de admiración por la gente a la que conocemos.

Hay muchas cosas que admirar en las personas que nos rodean. Lo que no tiene sentido es entristecerse porque son mejores, entre otras cosas porque entonces estaríamos abocados a una tristeza permanente, pues es evidente que no podemos ser nosotros los mejores en todos los aspectos.

Para superar la envidia, es preciso esforzarse por captar lo que de positivo hay en quienes nos rodean: proponerse seriamente despertar la capacidad de admiración por la gente a la que conocemos.
La envidia lleva también a pensar mal de los demás sin fundamento suficiente, y a interpretar las cosas aparentemente positivas de otras personas siempre en clave de crítica.
Admirarse de las dotes o cualidades de los demás es un sentimiento natural que los envidiosos ahogan en la estrechez de su corazón.

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