sábado, 31 de enero de 2009

DILEMAS ÉTICOS


Vano
Por Sergio Ibarra

Del latín vanus, significa sin efecto, sin resultados, sin fundamento, frívolo, fútil, tonto. En vano, inútilmente. Dice el segundo Mandamiento: No nombrarás el nombre de Dios en vano. ¿Por qué sería que Dios lo puso, y por qué en segundo lugar? Las primeras interpretaciones que uno hace desde la infancia es que no debe uno por ahí andar prometiendo cosas en el nombre de Dios: «te lo juro por ésta» o «por Diosito» o «no lo vuelvo a hacer, te lo prometo por Dios». Quedaba claro que utilizar el nombre de Dios podría servir para garantizar que uno estaba diciendo la verdad, lo cual hace sentido con el significado de vano, es decir que, en su caso, uno debía tener cuidado de no andar jurando cosas en el nombre de Dios que no tuviesen ningún efecto o bien que resultasen en una mentira. Para iniciarnos en esto de intentar entender lo que nos quiere decir el Mandamiento no estaba nada mal esto de no andar haciendo juramentos en el nombre de Dios.

La cosa es un poco más seria y más profunda. Si el ser humano hace de su vida una vanalidad, es decir, una vida hueca, estéril, material, egoísta, sin sentido o infructuosa, es cosa del ser y no de Dios, es cosa de uno, no de Dios. ¿Por qué le andamos endilgando a Dios cosas que no le pertenecen? El mensaje de este Mandamiento tiene que ver con uno de los más grandes dones que Dios nos da: la responsabilización de nuestros destinos y de nuestros actos. Tiene que ver con la conciencia que debiésemos desarrollar para distinguir lo que es de Dios, lo que hacemos en el nombre de Dios, como sus discípulos, y lo que hacemos por cuenta propia, y, conscientes, asumir las consecuencias de lo que hacemos. Es el ejercicio de la libertad lo que hace al hombre responsable de sus decisiones y sus manifestaciones. Es un Mandamiento que nos compromete mucho más allá del hacer juramentos. Dice: «no nombrarás». Si vas a invocar a Dios que sea para caerle bien con nuestros pensamientos, nuestras decisiones y nuestros actos. Y es aquí donde el asunto toma el sentido: si has de invocar a Dios es porque ya has hecho algo que vale, que tiene un fundamento, que es inteligente y que tiene alguna utilidad moral o física y que te acredita para ello, por una parte, y por la otra, esto de la conciencia te ayuda a tener una comprensión más amplia para saber cuándo sí y cuando no nombrarle. A quien actúa bien, le va bien; no necesita nombrar a Dios, lo trae consigo, es un discípulo. Y si lo nombra es para darle buenas noticias.

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