martes, 20 de enero de 2009

La envidia es la tristeza que causa el estar bien del otro

Me levantaré, iré a mi padre y le diré: “Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros."

Y, levantándose, partió hacia su padre.

Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente.

El hijo le dijo: "Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo." Pero el padre dijo a sus siervos: "Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado".

Y comenzaron la fiesta. Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.

Él le dijo: "Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano."

El se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: "Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!"

Lucas 15, 21 - 30

Nos hemos detenido especialmente en éste texto que como verán lo hemos tomado en una de sus partes. Un conocido texto, el retorno del hijo pródigo o el Padre de la misericordia si es que en verdad lo terminamos de reconocer como dice Nowen que el personaje central aquí no es el hijo sino el padre y por eso ese título pero lo hemos tomado de otra perspectivaporque nos hemos querido detener en la actitud del hijo mayor donde se revela claramente éste pecado de tristeza por el bien del otro. Esta tristeza por el bien adquirido por otro.

No se puede alegrar que el hermano esté bien, que haya vuelto a casa sano y salvo, que se haya arrepentido, que esté gozando de una fiesta por la misericordia del Padre. La envidia es eso. Es la tristeza por el bien del otro. Posee el otro un bien y a mi lejos de alegrarme me entristece.

La envidia es el deseo de tener algo que otro tiene y que nosotros lo carecemos y eso nos genera una cierta incomodidad por aquello que posee otro u otros y que a nosotros no lo podemos terminar de conseguir. Tiene como distintos grados ésta hondura de tristeza que genera el espíritu envidioso ¿se puede hablar de una santa envidia y de una mala envidia? Podríamos hablar en esos términos.

Al menos los santos lo han hecho. Por ejemplo Teresa de Avila, Teresita del Niño Jesús. En varias oportunidades confiesan envidia del modo de rezar de fulano o del buen entendimiento de mengano. Envidia, dice Santa Teresita, en éste caso significaría me gustaría también tenerlo yo pero en una y en otra caso ese me gustaría supone quitarle al otro lo que tiene o ponerse triste por no poseerlo uno mismo y no alegrarse porque el otro lo tenga.

Es la virtud la sana envidia, la virtud que genera más virtud. El testimonio que multiplica el testimonio. Entonces el buen ejemplo que invita a la imitación, a la emulación, al ir detrás de ese mismo camino y está bien que sea así y si la virtud se multiplica tenemos un ambiente, una red virtuosa.

La vez que alguien tiene algo que no tenemos puede constituir un incentivo para nosotros para pelear, para trabajar, para conquistar. Lo pensemos en términos de los bienes espirituales. Bienes que todos podemos tener sin que se agoten, que podemos pretender porque a nadie le quitamos lo adquirido. Diferente es el caso de los bienes materiales.

Muchas veces el deseo de poseer es simplemente un buen deseo. Me gustaría tener tal cosa como la tiene fulano y sentirnos incentivados para adquirir con más trabajo o esfuerzo. Esto que lo produce la seducción del marketing y la publicidad que cuando nos vende un producto despierta en nosotros un deseo de posesión y adquisición que hace que perdamos algo de lo que supone debemos perder para adquirir aquello que se nos propone.

En éste caso veamos si realmente es tan bueno o no. Depende de cómo aparezca el bien material que se busca poseer dentro del contexto del desarrollo global de la persona. Si poseer un bien material supone detrás del trabajo dejar el encuentro con la familia por horas extras, sacrificar el tiempo del descanso, de las vacaciones que son tiempo de recreación personal y de encuentros con otros para ir detrás de aquel bien que tenemos que conquistar.

Decimos, es por un tiempo, y a veces no nos damos cuenta que ese tiempo que sacrificamos termina por sacrificar cosas demasiados importantes como la vincular en el ámbito de la familia. Por eso hay que sopesar y ubicar la búsqueda del esfuerzo en la adquisición de un bien material deseado que posee otro dentro de lo que sería una sana envidia en el orden de lo material hay que sopesarlo del conjunto de la vida para que no sea esto un motivo de sacrificar cosas muy importantes que después nos terminamos por lamentar.

La envidia es un mal muy metido en éste tiempo. Solemos decir a veces está verde de envidia. Martín Fierro tiene una expresión muy esclarecedora al respecto. A naides le tenga envidia, es muy triste el envidiar, cuando veis a otro ganar estorbarlo no te metas, cada lechón en su teta, es el modo de mamar.

Como diciendo si otro tiene algo que vos no tenés no te metás a buscar lo que el otro tiene, vos tenés lo tuyo, aprende a disfrutar de lo tuyo. La mala envidia, cuando nos ponemos verdes de envidia, se da cuando en el fondo no tenemos una sana valoración de nosotros mismos de lo que poseemos y entonces andamos buscando por otro lado lo que tenemos demasiado cerca.

Dos mamás se encuentran en un negocio importante y caro, ambas están con sus hijas que preparan la fiesta de quince. La mamá A no deja de observar todo lo que mira pregunta y anota la mamá B incluso llega a sugerirle comprar en el negocio de la vuelta que es más barato y mejor.

Llega a esperarla en la puerta a fin de asegurarse que no haya comprado o encargado nada mejor ni más lindo de lo que encargó ella para su hija porque no puede soportar que la mejor fiesta no sea la suya. La que mejores cosas tenga, las más caras, la que tenga algún detalle que marque la diferencia con respecto a la otra fiesta.

Eso es justamente en lo que consiste la envidia. Es un espíritu típicamente envidioso éste que estamos describiendo. Trae incomodidad, entristece y produce dolor el bien del otro y aquí no hay una saludable competencia en el compartir lo mejor sino un aplastar, un dejar atrás al otro, un prevalecer la persona, sobresalir. Habitualmente la envidia está apoyada sobre un lugar de fragilidad nuestro que es la falta de estima, la falta de valoración.

Queremos lo que otros tienen porque no creemos que lo que tenemos nosotros sea lo suficientemente bueno para nosotros y el ojo se nos va mal para otro lado. En esto consiste en principio el mal de ojo de lo que se habla popularmente. “Me lo ojearon al chico Padre” dice la gente cuando se acerca a uno y entonces de donde viene éste ojearlo.

Cuando uno se pone a conversar sencillamente con quien viene con ésta historia. A mi me tocó en varias oportunidades hacerlo como Párroco sobre todo cuando las personas vienen a pedir el bautismo porque están ojeado los chicos. Se da cuenta que la ojeadura es porque se lo han visto mal, se lo han envidiado. Hay como una falta de alegría por el bien y por la belleza de la vida que aparece en la familia, en el niño.

De la envidia nacen el odio, la maledicencia, la calumnia, la alegría causada por el mal del prójimo y la tristeza causada por su prosperidad, dice San Gregorio Magno. San Bernardo tiene una expresión sumamente fuerte al describir de que se trata la envidia. Dice, el corazón amargado por la hiel de la envidia no puede derramar sino amargura por la lengua, Así lo dice el Señor: lo que reboza del corazón lo habla la boca. Son muy diversas las clases de ésta peste.

Unos vomitan el virus de la difamación abiertamente y sin mirar de ningún tipo según le viene a la boca otros incapaces de contenerse se esfuerzan por revestir aparentemente con cierta timidez artificial la malicia engendrada por la falacia. Observarás, sigue diciendo San Bernardo, que suspiran profundamente y suelen soltar la difamación con cierta gravedad y desgano con cara de tristeza, con un seño de humildad y vos entrecortada.

Son más convincentes porque simulan que lo que hacen lo hacen contra su corazón y lo que dicen con sentimiento de dolor lo hacen aparentemente sin una pizca de maldad sin embargo ahí vierten todo su veneno, toda su ponzoña. Nos sale éste corazón envidioso cuando no estamos en paz con nosotros mismos. Cuando es así no hay lugar donde establecerse bien.

Me trae el recuerdo del póster que me regaló mi hermano cuando me iba al seminario y dejaba la casa paterna. Decía así: cuando estás en paz contigo mismo cualquier lugar es tu hogar. Cuando uno no está en paz con uno mismo anda buscando otro lugar donde hacer nido y cuando ve que hay alguien que en su propio nido ha podido embellecerlo, mejorarlo y está bien consigo mismo, al no estar uno bien con uno mismo mira mal lo que el otro tiene por bien.

Pero esto nace desde éste otro lugar, desde más atrás viene. Yo no estoy bien conmigo mismo ni estoy conforme, me falta conformidad conmigo y estoy triste y proyecto ésta tristeza sobre el bien del otro porque en realidad no me aprecio a mi mismo. No me amo debidamente, no me valoro lo suficiente. Máximo Confesor decía sobre la envidia, con esfuerzo detendrás la tristeza del envidioso.

El considera desgraciado aquello que envidia en ti y no es posible detener la tristeza de otro modo si no lo ocultas algo pero si eso es provechoso a muchos y lo entristece a el por cual parte optarás.

Es necesario ser de utilidad a muchos y no descuidar aquel en cuanto es posible ni dejarse arrastrar por la malicia de la pasión como si combatieses no contra la pasión sino contra el que está sujeto a la envidia en su corazón.

Debes con humildad considerarlo superior a ti y en todo tiempo lugar y situación darle la precedencia. También tu envidia puede detenerse si te alegras de lo que se alegra el que es envidioso por ti y si también te entristeces de lo que el se entristece cumpliendo la Palabra del Apóstol alégrate con el que se alegra y llora con los que lloran.

Esta tristeza honda en el corazón por el bien de los otros que nace por la falta de consideración y de saber de estar bien con uno mismo nos pasa en algún momento de la vida a todos y lo que acaba de decir Máximo Confesor es un remedio contra la envidia. Cuando alguien tiene en realidad envidia por mi es bueno que yo me alegre con lo que el otro se alegra para, dice Máximo Confesor, yo sanar la envidia que tengo para con otros o que he tenido si por éste momento no estoy pasando por allí.

La actitud frente al otro es lo que hace visible esa frontera invisible que podemos pasar imperceptiblemente. No en vano en una larga carta sobre la envidia San Jerónimo dice que es el pecado característico del hijo mayor de la parábola que hemos compartido hoy. Es el mal ojo reflejo del corazón que no permite ver el bien de la vuelta del hermano sano y salvo a la casa del Padre que le impide compartir la alegría con el Padre, está demasiado encerrado en si mismo y esto lo hace envidioso.

La gravedad de la envidia en éste aspecto de maledicencia en el que se encarna nuestro corazón es tan grave porque se la ha visto en realidad como el pecado del diablo. Dice Sabiduría 2, 24 por la envidia del demonio entró la muerte. Mateo 27, 18 dice Pilato sabía que lo había entregado por envidia.

Hasta hacerlo pecado del diablo por excelencia, dice San Agustín y sostiene San Jerónimo. Uno de los hermanos de José, Simeón, en el apócrifo de los doce patriarcas, se arrepiente de haber entregado a José y reconoce en la envidia la causa de esto, en el demonio el origen de ésta actitud. Raquel entonces ,dice Simeón ,tenía los celos de José porque nuestro padre lo amaba y mi cólera se afianzaba en la idea de aniquilarlo.

El príncipe del error enviándome el espíritu de la envidia había boceado mi mente. Dispuesta a no considerarle como hermano ni a tener piedad de Jacob mi padre pero su Dios y de sus padres envió a su ángel y lo salvó de mis manos. Aquí hay como una intuición clave fundamental. Si el proyecto de Dios es la fraternidad en el amor nada hay que atente más desde lo profundo que todo aquello que quiebra esa fraternidad.

De la fraternidad quebrada surgen todos los desórdenes en las relaciones humanas y entonces podemos señalar que esa fractura es verdaderamente diabólica. Por eso además del citado texto de recién hay uno pero muy bueno en el documento de Puebla que nos esclarece sobre las consecuencias que éste pecado de envidia genera en las relaciones sociales y en los vínculos fraternos.

A la actitud personal del pecado, a la ruptura con Dios que envilece al hombre corresponde siempre en el plano de las relaciones interpersonales la actitud del egoísmo, del orgullo, de la ambición y de la envidia que genera la injusticia, dominación, violencia a todos los niveles, luchas entre individuos, grupos, clases sociales y pueblos así como corrupción hedonismo, exacerbamiento del sexo, superficialidad de las relaciones mutuas. Se establecen entonces situaciones de pecado que a nivel mundial esclavizan a tantos hombres y condicionan adversamente la libertad de todos. Este mal ojo que decíamos recién.

Esta mirada típicamente del hermano mayor de la parábola del Padre de la misericordia o del hijo pródigo que no se puede alegrar y también se cierra: yo no voy a entrar a la fiesta hace que nosotros introduzcamos en el corazón de la humanidad la división. Cuanto dolor hay en el corazón del Padre por no contar en la fiesta con la presencia del hijo mayor.

Cuanta tristeza quiere ganar la alegría de la vuelta del hijo la actitud envidiosa del que no se puede sumar a la alegría de los que están felices por el rencuentro Alégrense con los que se alegren y lloren con los que lloran. Vivir el ritmo del corazón de los hermanos. Estar permanentemente en actitud de amor que es justamente lo contrario a la envidia. El amor no es envidioso, dice Pablo.

Decía San León Magno: la Gracia inefable de Cristo nos ha dado bienes mejores que los que nos quitó la envidia en la que el demonio quiso terminar con nosotros. Por eso si nosotros percibimos que a nosotros nos cae la ficha de que somos envidiosos y que muchos de los males con los que a veces no nos vinculamos bien con los demás tienen como raíz la imposibilidad de alegrarme de lo bien que los otros están también es verdad además de esto del que el amor que Dios ha tenido por mi a la hora de entregarse en la cruz y de morir por mi es mucho más en cuanto bien éste mal que gana mi corazón. Entonces sencillamente poner mi mirada, mi atención, mis ojos sobre todos los bienes que me vienen del amor de Jesús entregado por mi muriendo en la cruz.

Es malo cuando miramos a los demás los bienes que poseen cuando nos entristecemos por lo bien que les va que termina por definir eso justamente la envidia. Esto se sana, se cura con una buena mirada que viene de otro lugar que es del amor que nos hace hermanos, que nos permite encontrarnos en las diferencias, que más aun permite complementarnos de lo distinto que somos y que construye, que no destruye, que no divide, que no separa.

La envidia si. El espíritu envidioso genera esa división, esa insana competencia, esa maledicencia en la forma de expresarnos, de tirarle tierra a los otros, de no dejar que los otros crezcan, de ver con malos ojos que a otros les vaya bien. El amor cura en éste sentido la mirada. El verdadero amor que nace de un corazón que se hace fraterno por una experiencia de paternidad que abraza. Es lo que no puede vivir el hijo mayor, el hermano mayor del hijo pródigo.

Lo más triste para el Padre es esto que el sostiene como virtud no es tal. He estado todo el tiempo contigo, le dice y el padre se pregunta ¿Cuándo? Porque si al menos has estado conmigo no has estado en sintonía conmigo, porque si hay una alegría grande para mi es que tu hermano haya vuelto o sea estabas conmigo pero no estabas conmigo. Vivíamos bajo el mismo techo pero no sintonizábamos en una misma frecuencia. El amor del Padre en la parábola es el que sana y el que mira todo y es más yo creo que hasta comprende el corazón envidioso del hijo mayor y seguramente después lo incorpora a la fiesta y lo suma a el.

Padre Javier Soteras

http://www.radiomaria.org.ar/content.aspx?con=1410

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