sábado, 31 de enero de 2009

La Falsa Ética de la Mentira


La veracidad consiente el dinamismo creador de la verdad en la persona y en la sociedad; la mentira interfiere en él, impidiéndolo o descomponiéndolo con sentido negativo. La mentira no representa, de ninguna manera, una posibilidad, sino una mistificación que la conciencia humana y cristiana estigmatiza y prohíbe como un mal y un vicio: "No mientas".

1. PERSPECTIVA ANTROPOLÓGICA. El hombre vive una íntima tendencia a la verdad. Una vez alcanzada, reconocida, no lo deja indiferente.-es decir, libre para adherirse o nó a ella-,,sino que crea por sí misma una fidelidad. Reconocimiento de la verdad y fidelidad a la verdad forman una unidad, éticamente indisociable. La mentira interviene en esta unidad rompiéndola; es infidelidad a la verdad, su desconocimiento ético [l Verdad veracidad I, 1].

El hombre es fiel a la verdad en la "palabra según verdad" que él pronuncia para si mismo y para los demás. Ante todo para sí mismo, porque es la primera relación, la relación interior consigo mismo. Por esto la primera mentira es la simulación o disimulación de la verdad a sí mismo, según un proceso de "acomodación" más o menos reflejo de la verdad, que se encuentra. en el origen de tantos engaños que el hombre no consigue ya o no es capaz nunca de confesarse a sí mismo. Por eso toda mentira es siempre un "autoengaño" que disocia a la persona en sí misma. Esta no está ya confirmada y reconciliada por la verdad, sino alienada por la imagen que tiende a acreditar de sí y de la realidad.

La mentira, además, atenta contra el significado propio de la palabra de ser signo manifestativo del pensamiento interior. Ninguna interioridad es transparente por sí misma, sino por la mediación simbólica del lenguaje. Éste tiene como finalidad intrínseca ser vehículo del pensamiento. La mentira interfiere en esta finalidad, expropiando al lenguaje de su propia e intrínseca función de signo e instrumentalizándolo para fines que le son extraños. En ella la palabra no está al servicio de la verdad, sino del interés.

La mentira, finalmente, traiciona la confianza y la promesa que toda palabra-signo significa para el otro, con efectos socialmente destructores. Toda comunidad y sociedad procede del encuentro libre de personas que se comunican, abriéndose mutuamente en la verdad del propio pensamiento. La palabra, pronunciada o expresada de cualquier manera, es un acto de mutua confianza, instauradora de relaciones humanas. Comunicar es dar fe a la palabra. Toda mentira atenta contra este crédito de la palabra. Viola la promesa que toda palabra significa para el destinatario, lo induce a error, desviándolo para placer propio e hiriéndole en su dignidad de persona. Toda mentira es un abuso de confianza, que aleja a las personas y alienta la ruptura de los vínculos sociales. La mentira engaña al otro, con consecuencias socialmente envilecedoras, contagiosas e involutivas.

"Envilecedoras": el otro -sobre todo el más pequeño, el más indefenso- sufre inconscientemente el engaño, y de esa manera es manipulado y condicionado. "Contagiosas": el otro, descubierto el engaño, simula o se enmascara a su vez, respondiendo a la falsedad con la falsedad. "Involutivas": desvelado el embrollo o el engaño, el otro sufre una decepción, se recluye en sí mismo, desconfía de la sociedad. En todo caso y en cualquier forma que se exprese, la mentira atenta contra la comunidad humana, convirtiéndose en factor de desunión.

2. PERSPECTIVA BÍBLICO-TEOLÓGICA. Criatura y compañero, dentro de la alianza; de un Dios que en sí mismo es émeth, verdad que se manifiesta en el don del amor creador y liberador, el hombre es constituido en la verdad y llamado a una fidelidad de lealtad que no tolera doblez alguna: "Los labios mentirosos los abomina el Señor, que se complace en cuantos actúan con sinceridad" (Prov 12,22). De ahí la exigencia prescriptiva de la ley: "No mintáis, no os engañéis unos a otros" (Lev 19,11; cf Ex 23,7; Si 7,13-14), apoyada en la oración: "Aleja de mí la falsedad y la mentira" (Prov 30,8).

Este ser de la verdad y en la verdad de Dios se realiza de un modo supremo en la personificación en un hombre nuevo en Cristo, "creado según Dios en la justicia y en la santidad de la verdad" (Ef 4,24). Por lo cual la incompatibilidad entre mentira y vida cristiana es reflejo operativo de la contraposición ontológica entre hombre viejo y hombre nuevo: "No os engañéis mutuamente, ya que os habéis despojado del hombre viejo y os habéis revestido del hombre nuevo" (Col 3,9-10).

De la razón "personalista" se ha derivado la "ecleslal": "Por eso, apartaos de la mentira; decid cada uno la verdad al prójimo, para que seamos miembros los unos de los otros" (Ef 4,25). El vínculo que une a los miembros entre sí haciendo de ellos "un solo cuerpo en Cristo" es una "caridad sin ficción" (cf Rom 12,4-9).

En esta oposición consciente y activa a la mentira, el cristiano se inspira en el ejemplo de lealtad perfecta de Cristo, que reprueba y desenmascara toda falsedad e hipocresía (cf Mt 23,27-28). Y tiene la conciencia de la fe: así como el que dice y atestigua la verdad es de Dios (cf 1Jn 3,9.19; Jn 18,37) y participa de la herencia de la gloria de Cristo (cf Ap 14,15), del mismo modo el que miente y finge está en la órbita de atracción y acción del maligno, por sí mismo "mentiroso y padre de la mentira" (cf Jn 8,44) y está fuera del reino de Dios (cf Ap 21,27; 22,15).

En la teología de Juan mentira, tinieblas y muerte se implican mutuamente en su oposición a verdad, luz y vida. La veracidad sustrae del poder maléfico y mortal de la mentira, abriendo la posibilidad de la luz y de la vida que aporta la verdad.

3. PERSPECTIVA HISTÓRICA. La doctrina tradicional considera la mentira como "lenguaje contrario al propio pensamiento, con voluntad de engañar". Para que exista una mentira en sentido ético-formal, la oposición debe ser con el propio pensamiento (con la verdad interior), no con la realidad o con los hechos (con la verdad objetiva). Por lo tanto, una afirmación conforme con el propio pensamiento pero contraria a la realidad no es formalmente una mentira; el que afirma se equivoca, no miente. E, inversamente, una afirmación contraria al propio pensamiento, pero conforme con la realidad es formalmente una mentira; quien afirma miente, aunque, sin querer, diga materialmente la verdad.

En la definición de la mentira entra también la voluntad de engaño: "La mentira es una comunicación (significado) falsa ,unida a la intención de engañar" (SAN AGUSTIN, Contra mendacium, 26: PL 40,537). Pero, precisa santo Tomás, la intención de engañar (voluntas fallendi) entra como elemento no esencial en cuanto "pertenece a la perfección, y no a la esencia de la mentira". De forma que ésta queda ya calificada moralmente por la falsedad formal, es decir, por la simple voluntad de decir lo que es falso, de expresar algo contrario al propio pensamiento (cf S. Th., II-II, q. 110, a. 1). De ahí la concepción común de la mentira como "locutio contra mentem".

Por razón de la diversidad de motivación, a partir de santo Tomás (cf ib, a. 2) se ha distinguido la mentira en: "jocosa", dicha por diversión; para muchos no se trata de una mentira propiamente, porque por el contexto resulta evidente que no se quiere afirmar lo que se dice, sino divertir simplemente; "oficiosa", dicha por necesidad: para evitar un mal o procurar un bien; "perniciosa", dicha para hacer daño a alguien.

En torno a las reflexiones de san Agustín y de santo Tomás se ha agrupado la doctrina tradicional sobre la intrínseca inmoralidad de la mentira; según ella, la mentira es siempre un mal que hay que evitar, porque por sí misma se opone a la verdad, contradice la finalidad propia de la palabra, destruye la convivencia social y está condenada en la Sagrada Escritura. Esta doctrina es apoyada por la mayor parte de los Padres y de los teólogos y caracteriza de forma clara y continua la tradición eclesial, aunque no existe una definición del magisterio. Fuera del ámbito teológicoeclesial ha tenido algunos eminentes defensores, como Cicerón en la antigüedad y Kant en la época moderna.

A lo largo de esta tradición se ha constituido una tendencia minoritaria que trata de legitimar la mentira en los casos en que decir la verdad puede traer graves consecuencias a alguien. Entre los Padres: Clemente de Alejandría, Orígenes, san. Juan Crisóstomo, san Hilario, Casiano. El mismo san Agustín experimentó vivamente estos casos: "La cuestión de la mentira -escribe- es difícil y frecuentemente nos angustia en nuestra actividad cotidiana" (De mendacio 1, 1: PL 40,487). Entre los teólogos medievales: Guillermo de Auxerre, Alejandro de Hales y san Buenaventura.

Con el advenimiento de la era moderna, que ha desarrollado la atención al sujeto y a las relaciones sociales, se ha abierto camino otra concepción de la mentira como "rechazo de la verdad debida". La atención se traslada aquí de la relación palabra-pensamiento a la relación palabra-destinatario; la esencia de la mentira se determina subjetivamente, ya no objetivamente, por el derecho del interlocutor a la verdad. Con la disminución de tal derecho la mentira se haría lícita. En este caso ya no existiría formalmente una mentira, sino un "falsiloquio"; una mentira en sentido sólo material o psicológico, no ético-formal. Esta teoría, que se remonta al calvinista H. Grozio (1583-1645) y se desarrolló en el ámbito protestante y jurídico, ha comenzado a encontrar consenso recientemente también entre los católicos.

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