sábado, 31 de enero de 2009
Más alla de la Muerte
Autor: P. Angel Peña O.A.R.
Necesidad de reparación. ¿Cómo es el limbo?
NECESIDAD DE REPARACIÓN
La misericordia de Dios es infinita, pero también es infinita su justicia. Por eso, Dios exige reparación de todos los pecados cometidos. Con frecuencia, pide a las almas víctimas que sufran por los pecadores para reparar sus pecados y ayudar a salvarlos. Muchas veces, las desgracias naturales, pestes, etc., son permitidas por Dios como un medio de reparar tantos pecados cometidos por pueblos o naciones. Son misterios de Dios que entran dentro de la solidaridad universal de todos los hombres.
Santa Faustina Kowalska dice en su Diario que “un día me dijo Jesús iba a mandar un castigo sobre la ciudad más bella de nuestra patria (Varsovia). El castigo debía ser igual al que Dios había infligido a Sodoma y Gomorra. 1/ la gran cólera de Dios y un escalofrío inc sacudió y me traspasó el corazón. Yo oré en silencio”.Y por sus oraciones Dios la libró del castigo. Cuando su director espiritual, el P. Sopocko le preguntó por cuáles pecados Dios iba a castigar, ella respondió que por los pecados del aborto (Cuaderno 1, N°15).
Muchas otras veces, sufría grandes dolores para reparar estos pecados. Dice: “Hoy (16-9-1937) he sentido unos dolores tan intensos que he debido acostarme. He estado retorciéndome con estos dolores durante tres horas. Ningún remedio me ayudaba y todo lo vomitaba. Jesús me ha hecho entender que lo había permitido en reparación de los pecados Cometidos contra los niños asesinados en el vientre de las malas madres “. “Jesús me ha hecho conocer cuánto le agrada la o ración reparadora y me ha dicho: La oración de un alma humilde aplaca la ira de mi Padre y atrae un mar de bendiciones” (9-8-1934).
Dice San Pablo que “si por el pecado de uno solo llegó la condenación a todos, por la bondad de uno solo llega a todos la gracia de la salvación que da la vida” (Rom 5,18). Es interesante anotar aquí el poder de intercesión y de reparación de los buenos para poder salvar a otros de los efectos negativos y de los castigos que podrían venirles por sus pecados. Veamos un caso de la Biblia.
Dios le dijo a Abraham que iba a destruir a Sodoma y Gomorra por sus muchos pecados. Abraham intercede y Dios va cediendo hasta que por fin le dice que, si hubiera diez justos, en atención a ellos no las destruiría (Gén 18), pero no había ni siquiera diez justos que pudieran interceder y Dios destruyó las dos ciudades.
Veamos otro ejemplo. El rey David cometió el pecado de adulterio con Betsabé, esposa de Urías, y, además, mandó matar a Urías para quedarse con su mujer. Pero Dios envió al profeta Natán que le dijo: “Por haber hecho eso, no se apartará de tu casa la espada... Así dice Yahvé: Yo haré surgir el mal contra ti de tu misma casa... David dijo a Natán: He pecado contra Yahvé. Y Natán dijo a David: Yahvé te ha perdonado tu pecado. No morirás, pero por haber hecho con esto que menospreciaran a Yahvé sus enemigos, el hijo que te ha nacido (del adulterio) morirá” (2 Sam 12).
En este caso, el niño, sin tener culpa alguna, sufre las consecuencias del pecado de sus padres y, de alguna manera, repara su pecado.
Pues bien, todos estamos unidos como hermanos, miembros de la misma humanidad, sobre todo, los miembros de la propia familia. Y debemos ayudarnos unos a otros. Los sufrimientos ofrecidos tienen un gran valor terapéutico y de sanación de los efectos negativos producidos por los pecados, al igual que las indulgencias pueden sanar estos efectos en uno mismo o en las almas del purgatorio. San Pablo nos dice: “Yo me alegro de mis padecimientos por vosotros y suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo que es la Iglesia” (Col 1,24).
La Madre Teresa de Calcuta hablaba con frecuencia “del grito de dolor de millones de niños abortados que está llegando continuamente al Corazón de Dios”. Y añadía que “el aborto es el gran destructor de la paz en el mundo “. Por eso, oraba por la paz y por estos niños.
En el tercer secreto de Fátima, los ángeles recogen bajo los brazos de la cruz la sangre de los mártires y riegan con ella las almas que se acercan a Dios. La sangre de Cristo y la sangre de los mártires están consideradas juntas. El martirio se lleva a cabo de manera solidaria con la pasión de Cristo y se convierte en una sola cosa con ella. Ellos completan, a favor de la Iglesia, lo que aún falta a sus sufrimientos. Pero pensemos que mártires no solamente son los que mueren por Cristo, sino también las almas víctimas y todos aquellos que deben sufrir injustamente la violencia y quienes ofrecen generosamente su dolor por la salvación de los demás. Todos ellos reparan, de alguna manera, los pecados cometidos por los pecadores.
Ahora bien, en el caso de los niños muertos sin bautismo, ¿qué culpa tienen ellos? Ninguna, pero, sí sus padres, en el caso de abortos provocados. En el caso de personas que han estado metidas en satanismo o brujería, espiritismo u ocultismo, muchos de sus familiares tendrán influencias negativas, sobre todo, si han sido consagrados a Satanás, aun sin culpa personal. Es claro que los pecados de los padres influyen negativamente en los hijos, no sólo con el mal ejemplo que les han dado, sino también por sus efectos reales, por ejemplo, en enfermedades heredadas o en pobreza adquirida por lapidación de bienes, etc.
Hay muchas cosas incomprensibles en los planes de Dios ¿Por qué muere una madre joven que tiene varios hijos a su cuidado? Quizás Dios sabe que desde el cielo podrá velar mejor por sus hijos que si estuviera en la tierra. Sabemos poco del más allá. De todos modos, confiemos en la bondad de Dios, que, a veces, permite cosas dolorosas para conseguir nuestra salvación o la de los demás.
Volviendo al tema de los niños abortados, quizás no podrán liberarse del pecado original e ir al cielo hasta que sus propios padres puedan reparar su pecado aquí en la tierra o en el purgatorio. Si ellos no lo hacen, porque son malos o van al infierno, otros tendrán que reparar este pecado. Pero debemos saber que estos niños necesitan de alguien que les ayude a liberarse del pecado original y pasar del estado de felicidad natural al estado de felicidad sobrenatural. De todos modos, este proceso o descubrimiento del cielo, el paso de lo natural a lo sobrenatural, de criaturas a hijos de Dios, necesita tiempo, sobre todo, si es necesaria una reparación por el pecado cometido contra ellos. Precisamente, por esto, decimos que existe el limbo, que existe un tiempo de espera después de su muerte y que la mayoría de ellos no van directamente al cielo.
“Toda falta cometida contra la justicia y la verdad
extraña el deber de reparación, aunque su autor
haya sido perdonado” (Cat 2487)
¿CÓMO ES EL LIMBO?
El limbo es un cielo “natural”. Es un estado de felicidad puramente natural. Pero, podemos preguntarnos ¿en qué consiste esta “felicidad natural”? Nadie puede saberlo con exactitud. Es un estado de vida sin sufrimientos, pero con un gran vacío existencial. Estos niños no son hijos de Dios, no son templos de Dios y les falta el amor de Dios en su corazón. Son felices relativamente en cuanto que no sufren y quizás crean que no hay otra cosa mejor. Probablemente, conocen algo de la vida de los hombres de la tierra y quieran comunicarse con su familia para sentir su amor... Pero, en el fondo, “sienten” que les falta algo.
San Agustín, el gran doctor de la Iglesia, tiene la teoría de la iluminación. En varias obras (Soliloquios 11,3; De la vida feliz 4,35 etc.) habla de Dios como de un sol divino que ilumina nuestras almas desde el primer instante de su creación. Su luz, que es verdad, sabiduría, vida, bondad, hermosura, felicidad.., dejó su marca o huella en nuestra alma. Por eso, insiste mucho en que somos imagen de Dios e, incluso, habla de la “memoria Dei”, del recuerdo de Dios; como si hubiera en lo más íntimo de nosotros un recuerdo inconsciente de esa luz y de esa felicidad, que sentimos en el mismo instante de la creación de nuestra alma, y que queremos disfrutar de nuevo.
Por esto, nuestra alma tiende naturalmente hacia Dios, hacia el bien, hacia la felicidad. No hay nadie que no quiera ser feliz. Sin embargo, cuando el alma está manchada por el pecado, se oscurece esta luz divina y busca la felicidad y el bien en las cosas materiales, en el placer o en el dinero, alejándose de Dios.
Ahora bien, en el tema que nos ocupa, de los niños muertos sin bautismo, ellos, que no tienen culpa personal, tienen también esa tendencia innata y natural hacia el bien, hacia Dios, hacia la felicidad. No sufren, pero “sienten” en lo más íntimo de su ser que hay algo más y buscan sin claridad ese algo más que no saben dónde está. Para ellos, el pecado original puede ser como una barrera o como una especie de ceguera para “ver” a Dios o el camino para llegar a El.
¿Cuánto tiempo necesitarán para llegar a la plenitud de Dios? Depende. Quizás unos la encuentren inmediatamente, al morir, como si la fe y la oración de sus padres les hubieran dado un “bautismo de amor”, les hubieran iluminado el camino y, en un instante, hubieran podido llegar a la plenitud del amor de Dios. Otros necesitarán más tiempo hasta que su pecado sea reparado y reciban el “bautismo de amor” de sus padres o de otras personas buenas en virtud de la fe de la Iglesia y del dogma de la comunión de los santos. Los que más tiempo necesitarán serán aquellos cuyos padres fueron malos, los concibieron en pecado, o los abortaron o, peor aún, silos ofrecieron a Satanás. De todos modos, su liberación llegará un día por la fe y amor de personas buenas, ya que la solidaridad universal y la comunión de los santos les llegará también a ellos. Porque “todos formamos un solo cuerpo y el bien de los unos se comunica a los otros” (Cat 947). “El menor de nuestros actos, hecho con caridad, repercute en beneficio de todos los hombres, vivos o muertos” (Cat 953). Y “todo lo que posee el verdadero cristiano debe considerarlo como un bien en común con los demás” (Cat 952).
Estos niños, al igual que tantos otros millones de hombres que nunca creyeron en Cristo, también han sido redimidos por Cristo y tienen por Madre a María, aunque no lo sepan. Ellos, como diría, el teólogo Karl Rahner, son cristianos anónimos y “se puede suponer que semejantes personas habrían deseado explícitamente el bautismo, si hubiesen conocido su necesidad” (Cat 1260). De ahí que “la misericordia de Dios y la ternura de Jesús con los niños nos permiten confiar en que haya un camino de salvación para ellos” (Cat 1261). ¿Cuál es este camino? Si el bautismo es necesario para la salvación, ¿qué clase de bautismo reciben? ¿Podemos hablar de este “bautismo de amor” en virtud de la fe de la Iglesia y de la comunión de los santos? Es decir ¿en virtud de la fe, oración y amor de otras personas buenas?
Lo importante es saber que necesitan nuestra ayuda para llegar a la plena felicidad del paraíso, porque la diferencia entre el limbo y el cielo es abismal. Ellos deben salir de ese estado natural en que se encuentran para vivir en un estado sobrenatural al que han sido llamados desde toda la eternidad Y cuyo anhelo se encuentra en lo más profundo de su ser. Nosotros podemos ayudarlos a encontrar su camino, podemos abrirles las puertas del cielo, podemos descubrirles con nuestra oración y nuestro amor la maravilla del cielo y de ser hijos de Dios en plenitud. Podemos bautizarlos con nuestro amor, con este “bautismo de amor” que será para ellos como la llave que les abra las puertas del cielo, donde encontrarán a millones de hermanos que los esperan para ser felices con ellos por toda la eternidad.
“Los niños
son bautizados en la
fe de la iglesia” (Cat 1282)
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