sábado, 31 de enero de 2009

Evangelizar a los pobres



La celebración del Octavo Centenario del nacimiento de san Antonio nos induce, por su propia lógica, a exponer una breve reflexión sobre la evangelización de la piedad popular.

Todos conocemos la inmensa «popularidad» de san Antonio, la difusión de su culto, su presencia en las iglesias, en las familias, en lugares públicos, en revistas y publicaciones, en la iconografía piadosa, las peregrinaciones en su honor. En efecto, la devoción antoniana, dada su continuidad en el tiempo, su amplísima difusión y su incidencia en la vida, es una de las expresiones más significativas de la piedad popular.

El franciscanismo radical de Antonio se manifiesta en su opción por la minoridad, que lo acercaba al pueblo; en su elección de una predicación popular fundamentada en un estudio profundo de la teología; en su valoración del pueblo como lugar privilegiado de la salvación; en su entrega y atención al pueblo, que prefiere las obras a las palabras, el testimonio a las explicaciones.49

El hecho de que Antonio sea aclamado con el título de Doctor Evangélico y, a la vez, se le proclame «dulce consolador de los pobres»,50 es signo de un mensaje de gracia.

Antonio nos invita a leer la religiosidad popular como una experiencia religiosa que necesita ser purificada a la luz de la religiosidad pura; y, al mismo tiempo, nos invita a reexaminar la experiencia religiosa pura a la luz de la religiosidad popular.

En la exhortación Evangelii Nuntiandi se habla de la religiosidad popular como del ámbito donde el pueblo expresa su búsqueda de Dios, su fe, su sed de Dios, su capacidad de generosidad y de sacrificio, su comprensión de los atributos profundos de Dios (paternidad, providencia, presencia amorosa y constante).51 Es una piedad que no posee la exactitud lexicológica de la piedad docta, pero tampoco tiene la tentación de atribuir más valor e importancia a las palabras que a las obras, al saber que a la celebración.

Si leemos atentamente «los milagros» realizados por intercesión de Antonio (el de la mula hambrienta, el de la predicación a los peces, el del corazón del avaro, el del pie unido de nuevo, y muchos otros que nos recuerda su hagiografía), podemos entenderlo como expresión popular de la predicación antoniana.

No hay duda de que la religiosidad popular necesita una purificación de sus puntos de referencia, que pueden manifestar deformaciones del cristianismo y hasta supersticiones, ambigüedades, pesimismo exagerado y utilización interesada de Dios. Pero, siguiendo a Antonio, también podemos preguntarnos si nuestra piedad no debe ser más popular, a fin de expresar mejor nuestra minoridad, que no se limita, ni mucho menos, a la atención a los últimos.

No hay comentarios: