miércoles, 21 de enero de 2009

Palabras

En cierta ocasión Martín Luther King se encontraba a punto de dar una de sus famosas conferencias acerca de los derechos humanos, cuando notó que un pequeño niño de color se encontraba al frente de su auditorio.
Se sintió sorprendido y preguntó a uno de sus ayudantes, al respecto, este le indico que había sido el primero en llegar.
Cuando termino su discurso se soltaron globos de diferentes colores al cielo, los cuales el pequeño no dejaba de mirar.
Esto llamo la atención de Martín Luther King, quien abrazándolo lo levanto en brazos. El pequeño lo miro fijamente y le pregunto sí los globos negros también volaban hacia el cielo, Martín lo vio y le
contesto: Los globos no vuelan al cielo por el color que tengan, sino por lo que llevan dentro...
Recuerda esto cada vez que veas a alguien que intelectual, afectiva o físicamente no sea a fin a ti.
Todos tenemos la misma dignidad!.
Realmente un ejemplo para no pensar que somos más que ninguna otra persona, pues somos creaciones del mismo Dios, y el no hace basura ni cosas defectuosas.
No creamos que un puesto, un apellido o las cosas que poseemos nos hacen más que otros, y recordemos el ejemplo de Jesús, quien siendo Dios lavó los pies de sus discípulos y dijo: "el que quiera ser el más grande, que sea el más pequeño pues es más importante el que sirve que el que se sienta a comer".
Indudablemente, las personas valen por su riqueza interior y no por las cosas externas, superfluas, que puedan poseer.
Si la belleza del cuerpo no va acompañada por la belleza del alma, nos encontramos ante algo muy imperfecto. La belleza física se corrompe con el paso de los años; en cambio, la belleza del espíritu suele mejorar.
Los seres virtuosos, con el tiempo, acrecientan la belleza de su alma. Y a nivel de afectos, todos podemos ser inmensamente ricos, o inmensamente pobres. En ese terreno estamos todos igualados.
Porque el cariño de los que nos aman, no discrimina condición física, ni económica ni social. Reyes y mendigos pueden ser amados por igual. Y si desde nuestra humilde condición de plebeyos, no ostentamos escudos ni título nobiliario alguno, en el corazón de quienes nos aman podemos ser reyes, príncipes, o simplemente ... lo más importante del mundo.


Colaboración de Jorge López Rosas de México, D.F.

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