En una ocasión Jesús “yendo Jesús a Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Y al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos y alzaron la voz, diciendo: ¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros! Cuando él los vio, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que mientras iban, fueron limpiados. Entonces UNO de ellos, viendo que había sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro a tierra a sus pies, dándole gracias; y éste era samaritano. Respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están?¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero? Y le dijo: Levántate, vete; tu fe te ha salvado” (Lucas 17:11-19).
Aquí vemos un ejemplo de la ingratitud de los seres humanos en general. De diez personas que Jesús había milagrosamente sanado de la lepra, sólo uno (el 10%) había sido agradecido…y fue un samaritano, ¡un hombre que era mal visto por los Judíos! Este samaritano humilde se sintió agradecido por la bondad expresada por el Judío Cristo, quien, sin hacer excepción de personas, lo curó. Pero fue UNO de diez, el 10% de los hombres que él sanó de lepra. Por eso, que no nos extrañe que sólo un 10% de los hombres nos reconozcan lo que hemos hecho por ellos cuando nos necesitaron.
Muchas veces personas que son lo último de la tierra suelen ser las más agradecidas que aquellas que se creen algo o que son merecedoras de cualquier dádiva. Jesús nos enseñó a ser agradecidos, pero a la vez nos hizo ver cómo suelen responder las personas ante nuestros buenos actos de amor y desprendimiento. Realmente todos hemos experimentado esa indiferencia e ingratitud de las personas que hemos servido—¡y en alguna ocasión nosotros mismos hemos sido ingratos con otros y desagradecidos! Esta característica ingrata será más marcada en los tiempos finales. Pablo escribió: “También deben saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, INGRATOS, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores…” (2 Tim. 3:1-5)
Hacer el bien sin mirar a Quien y sin Esperar nada a Cambio
Jesús por eso aconseja que hagamos el bien SIN ESPERAR que nos lo agradezcan o que nos recompensen. El dijo: “Amad, pues, a vuestros enemigos, y haced el bien, y prestad, no esperando de ello nada; y será vuestro galardón grande, y seréis hijos del Altísimo; porque él es benigno para con los INGRATOS y malos. Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso.” (Lucas 6:35).
Empecemos a ser agradecidos con Nuestro Padre celestial y con nuestros progenitores
Cuántas personas se olvidan de agradecer a Dios por la vida, la salud, la familia, la salvación, los alimentos, y cosas como éstas. Generalmente los cristianos oran poco para agradecer a Dios por lo que tienen o reciben. Pablo dice: “Dando SIEMPRE GRACIAS POR TODO al Dios y Padre, en el nombre del Señor Jesucristo” (Efesios 5:20). Aquí Pablo no dice que agradezcamos sólo las cosas básicas a Dios, sino todo lo que uno tiene o ha recibido, pues “toda dádiva buena y todo don perfecto desciende de lo alto, del Señor de las luces” (Santiago 1:17).
Y no olvidemos que tenemos padres que nos han criado y educado y a los cuales también les debemos estar agradecidos. Debemos, pues, comenzar también con nuestros padres, con los que nos dieron la vida y nos cuidaron con esmero. Esto alegra mucho el corazón de un padre, el saber que tiene un hijo grato.
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